Las tres palabras que me ha enseñado mi padre

Las tres palabras que me ha enseñado mi padre, Jesús Martín Barón

Hace poco más de una semana, mi padre -enfermo de Alzheimer- falleció a causa de una neumonía. Fue un desenlace muy rápido que nos golpeó a mi madre y a mis hermanos con una fuerza tremenda, amortiguada por la oración y el cariño de muchas personas (¡muchas gracias a todos!), y la certeza de saber que mi padre estaba ya en el Cielo.

Durante estos días he querido represar recuerdos de mi padre: miradas, palabras y silencios; lo enamorado que estaba de mi madre y el orgullo con que nos miraba a cada uno de sus hijos. Mi padre fue el menor de muchos hermanos, nacido en plena guerra civil. Ingeniero industrial, castellano y buen cristiano, deportista, discreto y de no muchas palabras, con un humor muy inteligente. Así era él.

Que me perdonen mis hermanos, pero esta foto refleja perfectamente la unidad de mi familia.

Por eso he tenido que caer en la cuenta, no tanto por lo que me dijo, sino por lo que me mostró, de cuáles han sido las enseñanzas que me inculcó. Y me quedo con tres, de las que surgen ramificaciones que espero aprender poco a poco.

1. ¿Por qué?

De pequeño fui preguntón. Tanto que mi padre me regaló el libro «Guinness de los Records‎». Algo impulsivo, mi padre procuró con infinita paciencia que fuera más reflexivo. Ante mis ideas o proyectos no me despachaba con un «bueno» o «malo»: intentaba que pensara el motivo y el objetivo.

Con mi padre, cuando tenía tres o cuatro años (supongo).

Algo más tarde, cuando veíamos juntos el telediario, o salía algún tema de conversación y yo opinaba con poco (o nada) fundamento, en vez de regañarme me hacía la misma pregunta: «¿Por qué piensas eso?».

El sentido crítico y el afán de entender el fondo de las cuestiones sin reduccionismos -hablaba mucho sobre los «conceptos»-, me ha ayudado a enfrentarme a los diferentes pasos de mi vida.

2. «Tú verás» 

No sé si a mi padre -ingeniero de la antigua escuela-, le pareció bien que yo estudiara la licenciatura de Periodismo. Y así me sucedió con otras opciones que he escogido en estos años.

Cuando comprobaba que yo tenía argumentos propios por los que decidía algo, le recuerdo perfectamente con su sonrisa pacífica y su tono de voz diciéndome: «tú verás». Pero no un «tú verás» despegado… Yo notaba su confianza y su increíble respeto por mi libertad. 


El día de mi licenciatura en la Universidad de Navarra (1998)

No quería condicionarme ni tampoco ahorrarme esfuerzos o fracasos. Sabía que, tarde o temprano, yo mismo descubriría si mi decisión había sido acertada o no. Y eso me daba mucha paz. Sólo una vez me dijo que, ocurriera lo que ocurriera en mi vida, les tenía a ellos para lo que quisiera.

3. ¡Muy bien, Rafa!

Estas fueron las últimas palabras que me dirigió. El Alzheimer, al poco de ser diagnosticado, le produjo problemas en el habla, que se fue reduciendo velozmente. El último año, apenas acertaba a decir algo. Me gustaba peinarle con su cepillo, algo mojado; en mayo, ante mi sorpresa y la de mi madre, dijo en voz alta: «¡Muy bien, Rafa!». 

Retengo esas palabras en la memoria y espero que jamás se borren. Porque así se comportó con todos mis hermanos: no se apropiaba de nuestros éxitos ni quitaba la espalda ante nuestros fracasos, y su mirada de orgullo -sin adularnos jamás-, ha sido el mejor premio que he disfrutado.

Durante años veraneamos en Noja (Cantabria).
Fue una idea de mi madre para que mi padre desconectara del trabajo.

PD: «Esto ha sido una aventura»

En noviembre, mi madre y mis hermanos se fueron varios días a Roma  para estar con mi hermano Juan. La mayoría de mis hermanos son unos «manitas» y tenían mucha más práctica que yo en los cuidados que mi padre requería. 

Él ya no era muy consciente de lo que sucedía y procuré cuidarle lo mejor que pude, gracias a las indicaciones precisas de mi hermano David y a las comidas que había preparado mi madre. Dimos varios paseos -andaba despacito-, le conté mil historias -él ya no era capaz de articular frases con sentido-, y recé para que no sufriera ningún percance.

Una de las últimas fotos de toda la familia previas a la enfermedad de mi padre.

Mi madre y mis hermanos volvieron felices de Roma. Al día siguiente, cuando le acostamos para que durmiera la siesta, me despedí de él para volverme a Madrid y entonces dijo las únicas palabras de esos cuatro días: «¡Esto ha sido una aventura!». 

Han pasado pocos días de su fallecimiento, pero tengo claro que la vida de mi padre ha sido una gran aventura. Una aventura en la que he tenido la suerte de participar con un pequeño papel al lado del padre más increíble que se pueda imaginar. 

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